El héroe cotidiano

En estos días de abundantes cuestionarios a célebres y menos célebres deportistas, no deja de ser sorprendente que Rafael Nadal sea un personaje común hacia el que muchos de ellos proclaman su admiración. Así lo hace, por ejemplo, Paul Pierce, el alero de Boston Celtics, en las páginas del Magazine.
El nuevo número uno del mundo aglutina los valores que distinguen a las personas ejemplares. No se trata sólo de un ganador, de un tenista extraordinariamente combativo, con una fortaleza anímica fuera de lo común. En esa veneración colectiva, desde dentro y desde fuera de la cancha, pesa también su espontaneidad, ese aire natural, cotidiano, que la gigantesca cosecha de éxitos ha mantenido intacto.

La frontera que separaba el tenis del común de los aficionados
Nadal concilia dentro de sí al héroe indestructible y al joven prudente y cabal a quien muchas madres soñarían como yerno. Nadal ha pasado por encima, incluso, de los iconos tradicionales de los niños. Son muchos los que han traicicionado las estampas de sus ídolos futbolísticos por el póster esplendoroso del guerrero con raqueta. El jugador español derriba la frontera que separaba el tenis del común de los aficionados.

Partidos como el disputado contra Federer en Wimbledon concitaron el interés global. Familias enteras disfrutaron del encuentro como si se tratase de una inquietante novela por entregas, que tuvo, además final feliz. Su advenimiento oficial como el mejor tenista del planeta llega después de más de tres años y medio de lucha y plasma de una vez por todas el estado real de las cosas. Los números han terminado por dar la razón al campeón modélico, al ciudadano de a pie que camina por la vida como si nada hubiera sucedido, como si todas estas historias casi irrepetibles poco tuvieran que ver con él.